1/7/14

LOCA DE AMOR


La plaza mayor y el bulevar fluvial eran el centro de reunión que la juventud plebeya de Villapalofrío teníamos. La penuria monetaria nos obligaba a pasar las tardes contándonos las vidas que no teníamos y bailando al compás de nuestras desafinadas voces. La alegría que caracterizaba a nuestra desfachatez mal educada molestaba a los veraneantes ilustres, que protestaron con contundencia a las autoridades democráticamente impuestas. Raudos y veloces se comprometieron a resolver el problema a sus señorías.
El otoño y el invierno sirvieron para enfriar la cuestión, pero en primavera surgió una idea disparatada entre las cabezas pensantes del consistorio. Fue en el mes de mayo cuando se aprobó la privatización de los bancos para sentarse en la plaza mayor y el bulevar fluvial. No era una medida para todo el año, que va, sólo se realizaría de junio a setiembre, cuando nuestros reputados visitantes nos alegraban con su presencia. Mira si lo tendrían todo pensado, que la mujer de alcalde poseía una empresa de parquímetros para bancos de descanso.

La contestación a tan brillante caos no se dejó esperar. Las aceras, los jardinillos y los portales sirvieron para reposar nuestras jóvenes y mundanas posaderas sin que los guardas de los bancos pudieran decirnos nada. Aunque, de cuando en cuando, nos atrevíamos a descansar en algún banco vacío, con la consiguiente visita de la policía local que nos mostraban sus lustrosas porras de una forma vehemente.

 

Al principio no nos fijamos en ella: tan menuda, tan pequeña, tan vieja que parecía que su presencia no tuviera importancia. Todas las tardes la desalojaban del mismo banco con potentes gritos policiales que se mezclaban con una suave protesta de anciana. Aquellos refinados veraneantes le buscaron enseguida un nombre despectivo a la abuela: la loca del banco. La miraban con su desdén más adorable y se reían con su vulgar porte. Seguro que era una radical que pretendía romper su calmada paz monetaria.
A nosotros nos atrajo su loca sensatez y preguntamos a nuestros familiares más próximos por su pasado. Nos informaron de que gastaba sus días sentada en el mismo banco; todo comenzó cuando la hambruna de la posguerra llevó a su novio a las lejanas américas. Sobre lo ocurrido entonces hubo varias interpretaciones, pero a nosotros nos sedujo la más romántica. Antes de marchar el mozo, y con sus manos entrelazadas, se prometieron amor eterno. Él mandaría a por ella una vez que hubiera juntado el dinero para su pasaje. Ella esperaría su vuelta para buscarla sentada en aquel mismo banco. Al principio le llegaban cartas cuatro o cinco días al mes. Pronto se conformó con una solitaria misiva mensual. Enseguida pasaron a ser una vez al trimestre, hasta finalizar con la friolera de una al año. De repente, dejaron de llegarle. Ella no se rindió ante tan clara situación y siguió impertérrita en el banco a pesar que le llovieron propuestas de matrimonio. Su hermosura se fue tornando en dulzura, que a su vez se mezcló con tristeza profunda. Nunca abandonó su puesto. Si algún día volvía él, allí la encontraría, en el mismo lugar donde la dejó al partir.

 

Sin hablarlo siquiera unas pandillas con otras, comenzamos a sentarnos alrededor del banco. Los guardas cada vez tenían que atravesar más y más chavalería, además de recibir el abucheo de media plaza, si querían aproximarse a la anciana. Los inmaculados veraneantes parecían haberse rendido ante afrenta tal. Fue entonces cuando la rebautizamos como la loca de amor.
Un día, nuestra entrañable abuelita no acudió a su cita. Preocupados, comenzamos a recorrer todo el pueblo en su búsqueda. La encontramos en su casa, llena de moratones y soltando sus últimos suspiros. Los cobardes perros de la canallada de verano le habían castigado por su radicalidad. La oscuridad siempre les gustó a los lobos para atacar.

Desaparecimos de las vidas de la gente supuestamente digna que nos asqueaba. Villapalofrío parecía un pueblo fantasma si no fuera por las elegantes caminatas y las adorables charlas con las que nos deleitaban tan refinados asesinos. Las tiendas no les vendían por razones peregrinas colocadas en los carteles de los escaparates. Los bancos aparecían ensuciados por mil inmundicias que apestaban. Las paredes se desconchaban con los exabruptos pintados por algunos gamberretes. El día de su funeral no se atrevieron ni a respirar. Nuestra loca de amor era la muerta más engalanada, más llorada, más acompañada,... de todo Villapalofrío.

 


A las pocas semanas, apareció un viejo con su sombrero panamá y su traje blanco. Se sentó en el mismo banco que la loca de amor. Los guardas enseguida fueron a levantarlo. Sus guardaespaldas los pararon. Llegó la policía local y el señor les saco su pasaporte. Los canallas lo saludaron y se marcharon. El anciano compró una corona de flores y se dirigió al cementerio. Le seguí con mi malsana curiosidad. Fue a su tumba. Desde ella pudo leer miles de pintadas que contaban su deslealtad a la loca de amor y la cobarde villanía que los de su casta le habían hecho.





Llega julio y con él nos viene el periodo estival en el hemisferio norte. A partir de ahora publicaré cada primer martes de mes un relato, uno al mes. He empezado con este relato que ha sido de lo más hermoso que he escrito. Espero que os haya gustado. Nos vemos pues el 5 de agosto, martes, con una nueva aventura de Villapalofrío.



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